El 1 de marzo de 1476 se libró en tierras de Zamora la batalla de Toro, un combate crucial para los destinos de España: el ejército que apoyaba a la reina Isabel de Castilla a cuyo frente estaba su esposo Fernando se encontró en Toro con un ejército encabezado por el rey de Portugal que apoyaba los derechos al trono de Juana, hija del hermano de Isabel, del rey Enrique IV, llamada la Beltraneja, pero que los partidarios de Isabel no la consideraban como tal. Ahora se lo explico.
El 28 de febrero de 1462, la segunda esposa del rey Enrique IV tuvo una hija que en principio iba a ser Juana de Castilla y acabó siendo Juana “la Beltraneja”. Antes de estar casado con Juana de Portugal, Enrique había contraído primeras nupcias con Blanca de Navarra.
El matrimonio con Blanca de Navarra fue declarado nulo por no consumarse. Además, Enrique IV no tuvo descendencia con ninguna de sus amantes. Pues blanco y en botella: el rey era impotente, Juana no era su hija y no podía ser la heredera de Castilla.
¿Y quién era el padre? Se supone que Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque y presunto amante de la reina. Así que, resumiendo, Juana no podía ser princesa de Asturias y el heredero era Alfonso de Castilla. Pero Alfonso muere en 1468, seis años antes que su hermanastro el rey Enrique IV.
Al no tener descendencia válida o real Enrique IV, la heredera de Castilla es su hermana Isabel. Así lo acordaron Enrique e Isabel el 19 de septiembre de 1468 en la llamada Jura de los Toros de Guisando.
Isabel se proclama reina de Castilla en Segovia el 13 de diciembre de 1474. Pero no todos los nobles castellanos están de acuerdo. Los partidarios de Juana caen en la cuenta de que era sobrina del rey Alfonso V de Portugal y piden su ayuda. Alfonso V de Portugal exige que renuncie a la corona en favor de Juana si quiere evitar la guerra. Cuando llega la carta a la reina Isabel los portugueses ya han cruzado la frontera por Extremadura.
Por un lado, tenemos a los nobles más importantes de Castilla junto con el arzobispo de Toledo que habían tenido a Enrique IV bajo su control apoyados por los ejércitos del rey de Portugal Alfonso V y el príncipe heredero Juan, y por otro un ejército comandado por Fernando II de Castilla y V de Aragón, esposo de Isabel, apoyado por Aragón, los concejos y la baja nobleza castellana.
En las cercanías de Toro se enfrentan el 1 de marzo de 1476 dos ejércitos formados por unos ocho mil hombres. Para los partidarios de Juana es una sorpresa: no esperan encontrarse con tantos defensores de la causa de Isabel. Además, mientras los partidarios de Isabel luchan unidos los portugueses mandados por el rey Alfonso V y el príncipe Juan no son capaces de coordinarse.
En la batalla de Toro mueren unas 2.000 personas, la mitad de cada bando. En realidad, digamos que se produce un empate, pero Fernando el Católico era un maestro de la propaganda: ordena enviar correos a todas las ciudades de Castilla y a varios reinos extranjeros informando de una gran victoria sobre los partidarios de Juana habiendo sido las tropas portuguesas aplastadas. El partido de Juana se disuelve, sus integrantes reconocen a Isabel como reina y a los portugueses no les queda más remedio que regresar a los tres meses y medio de la batalla al quedarse sin apoyos.
La batalla de Toro es crucial.