La reciente polémica en torno a la heladería Dellaostia, abierta por un emprendedor argentino en el barrio barcelonés de Gràcia, ha puesto de manifiesto, una vez más, la cara más sectaria e intolerante del nacionalismo catalán. Lo que debería haber quedado en un simple desencuentro lingüístico entre un cliente y un dependiente, se ha transformado en un linchamiento público alentado por dirigentes independentistas, activistas y hasta instituciones autonómicas.
Del incidente anecdótico al escándalo político
El episodio comenzó cuando la pareja de un concejal de ERC denunció en redes sociales que no fue atendida en catalán en la heladería, y que, además, recibió una respuesta considerada ofensiva: “Estamos en el Reino de España”. A partir de ahí, se desató la tormenta. Dirigentes del independentismo, como el exlíder de la CUP Antonio Baños, llamaron al boicot directo del establecimiento “hasta su cierre”. El Departament de Política Lingüística de la Generalitat anunció incluso que estudiaría el caso como posible discriminación.
Lo que era un simple desacuerdo entre particulares se elevó a cuestión política, con toda la maquinaria nacionalista apuntando contra un negocio regentado por extranjeros.
Del boicot al vandalismo
La noche siguiente, la heladería apareció con pintadas insultantes como “fascistas de mierda” y “putos fachas”, además de pegatinas que acusaban al local de “discriminar el catalán”. A la campaña en redes sociales se sumó una avalancha de reseñas negativas en Google, que hundieron de golpe la reputación digital de un negocio hasta entonces muy bien valorado por la calidad de sus helados artesanales.
Finalmente, un grupúsculo independentista radical, Nosaltres Sols, reivindicó el ataque y lo justificó con un mensaje inquietante: “Ningún ataque al catalán quedará impune”.
Un nacionalismo que confunde lengua con ideología
El problema trasciende al caso concreto. Lo ocurrido evidencia cómo el nacionalismo catalán ha convertido el uso de la lengua en un arma política, hasta el punto de criminalizar a quienes no la utilizan. Se ha pasado de promover el catalán como vehículo cultural a imponerlo como dogma identitario, castigando con campañas de odio, boicots y hostigamiento a quienes no se ajusten a su ortodoxia.
En este contexto, la heladería argentina no fue víctima de un conflicto lingüístico, sino de una caza de brujas nacionalista. Una sociedad abierta y plural no debería permitir que un comercio privado sea acosado por no atender en catalán, y mucho menos que se justifique el vandalismo en nombre de la lengua.
El doble discurso del independentismo
Resulta especialmente llamativo que los mismos dirigentes que se presentan como defensores de las “minorías” y la “diversidad” sean los primeros en hostigar a un inmigrante argentino que ha decidido emprender en Cataluña. El nacionalismo catalán se muestra tolerante hacia todo lo que refuerce su causa, pero implacable con quien se salga de la línea marcada.
La reacción contra esta heladería refleja una intolerancia propia de sociedades cerradas y excluyentes, donde se convierte a la lengua en un arma de control social en lugar de un instrumento de convivencia.