El último Comité Federal del PSOE ha dejado en evidencia lo que ya era una certeza para muchos: Pedro Sánchez no está dispuesto a soltar el poder. Ni por dignidad, ni por responsabilidad, ni por el bien del propio partido. Lo suyo no es liderazgo, es pura tozudez revestida de resistencia. A estas alturas, no es que Sánchez se mantenga en el cargo, es que se atrinchera en él.
Mientras el país asiste atónito a los escándalos que salpican a su entorno más cercano, el presidente del Gobierno elige blindarse políticamente con un comité diseñado para aplaudir y no para deliberar. No hubo debate real, ni autocrítica profunda, ni mucho menos voluntad de regeneración. Lo que se escenificó fue un cierre de filas obligado en torno a un líder que hace tiempo dejó de escuchar a quienes no piensan como él.
La batería de medidas anunciadas —protocolo anticorrupción, transparencia patrimonial, controles cruzados— suenan a gesto cosmético, a parche institucional para tapar una herida política que supura desconfianza. Lo que necesita el PSOE no son más manuales internos, sino una sacudida democrática. Y esa pasa, inevitablemente, por una renovación en el liderazgo.
Sánchez se niega a asumir responsabilidades políticas. Lejos de plantear su dimisión o someterse a una moción de confianza, prefiere aferrarse al discurso victimista que lo ha acompañado desde su famosa «carta» de hace unos meses. Ya no busca convencer, solo resistir. El problema es que su resistencia arrastra consigo al PSOE entero hacia el descrédito, mientras el resto de fuerzas políticas observa con asombro cómo un partido con más de 140 años de historia se convierte en rehén de un solo hombre.
Lo más preocupante no es que Pedro Sánchez no quiera marcharse. Es que parece convencido de que su permanencia es imprescindible. Esa arrogancia —porque no hay otra palabra— erosiona la salud democrática del partido y dinamita la posibilidad de que nuevas voces emergentes puedan reconstruir un proyecto político hoy agotado.
El PSOE ha dejado de ser un partido en movimiento para convertirse en una estructura al servicio de una figura. Y cuando eso ocurre, el paso siguiente suele ser el colapso.
La pregunta que nadie dentro se atreve a formular en voz alta, pero que muchos piensan, es tan sencilla como incómoda: ¿cuánto daño más están dispuestos a tolerar antes de exigir a Pedro Sánchez que dé un paso atrás?